Prólogo
¿Por qué no fui a clases?
Unas
20 horas antes…
Nunca creí que estuviera alguna vez
en esa situación en que sería yo el alumno que se entristece por no tener una
clase… ¡Y aún más! Una clase que había hecho refunfuñar, incluyéndome, a todos
por dos semanas.
No era para menos. El profesor de
Información varia había cometido el sacrilegio de decidir que una noche de
domingo (¿¡Un fin de semana!? ¿¡El intocable fin de semana!?), íbamos a tener
una clase: pasar toda la noche en el bosque cercano a la escuela, sin poder
llevar nada para la ocasión, y con el fin de hacer un campamento improvisado a
lo McGyver.
Según él, para «aprender maneras
ingeniosas de supervivencia».
—¡A que no les parece divertido!
Sí, no nos parecía divertido.
¿Tenía que ser de noche en el
bosque, en medio invierno, sin poder llevar nada más que la ropa puesta… ¡Un
domingo!? Pero lo único que conseguimos con nuestro coro de quejas, fue que el
profesor perdiera el buen humor y decidiera darle un valor doble en la nota. Y
yo no era de los pocos que se podían dar el lujo de perder ese porcentaje. Por
lo que, pasadas las ocho de la noche en un domingo, estaba dejando atrás el
improvisado campamento y corría debajo de una muy fuerte lluvia que me empapó,
como a Jun, Lucas y otros más, para resguardarnos en un pasillo abierto al
patio de la escuela y, más allá, el campamento junto al oscuro, denso y lleno
de seres que jamás debían salir en la National Geografic, bosque.
El profesor nos había pedido esperar
mientras él iba a por algo. Nosotros lo hicimos tiritando, rodeando a los
chicos fuego para que nos calentara con sus nimias llamas, o a los agua para
que nos quitara algo del líquido de las ropas.
Nuestras esperanzas de una noche
mejor se disiparon cuando el profesor regresó.
—¡Tendremos que usar estas bolsas de
basura para cubrirnos y llegar a…! —gritaba. La lluvia era tan fuerte, que su
sonido invadía todo el lugar y no oímos nuestras propias quejas. Por suerte, no
tuvimos que hacerle razonar. Él mismo, enfurruñado, se dio cuenta de que—: ¡Oh,
está bien, está bien! La clase se cancela. Vamos a los vestidores para que se
sequen, y luego se pueden ir.
Todos sonrieron y hablaron entre sí,
aliviados, pero yo bajé la cabeza, diciendo un «no» lastimero para mis adentros. Jun, tal vez por ser tan bajita y
estar a mi lado, lo oyó.
—No puede ser tan malo —me dijo.
¡Oh, pobre inocencia!
—No. Claro que lo es. Ella ha estado
planeándolo por una semana y no creo que lo vayan a cancelar solo porque yo
aparezca. Aunque no lo vea, oiga o lo que sea, sabré que estará pasando. ¡El
horror!
Jun movió la cabeza a un lado y me
dio una caricia en el antebrazo, luego Lucas casi me hace caer al darme una
palmada con su manaza del luchador de sumo latino que parecía ser.
—¡Somos libres! Un poco de video
juegos en mi cama caliente, qué grandes planes —decía.
—Evitar ser traumatizado para toda
la vida. ¡Qué grandes planes! —ironicé yo.
Ya todos estábamos caminando hacia
el gimnasio y, de ahí, a los vestidores. Alguien debió haberle dicho al
profesor que prendiera las luces. Los pasillos eran más sombras que luz
proveniente de las ventanas.
… Lucas se burlaba de mi
autocompasión.
—Tu mamá tiene planes románticos
para la noche, ¡no es para tanto! Solo compáralo con lo de hace unas semanas y
verás que si sobreviviste a eso, pues podrás a la vida sexual de tus padres.
Esas últimas palabras me hicieron
tener un escalofrío.
—¡Una cosa no tiene que ver con la
otra! —espeté, harto de que sacara ese tema a cada momento.
Para él, yo era un héroe épico por
lo de hacía unas semanas; para mí, solo era (y soy) un dechado de mala suerte
familiar.
Preferí dejar de lado el tema, para
no llamar a los malos pero, dentro de todo, soportables recuerdos. En mi vida,
no sería la primera ni la última vez que pasaría por situaciones parecidas a…
Lo de hacía unas semanas. Sin saberlo aún, en las próximas horas iba a añadir
unas pocas más a la colección de «vivencias
que es preferible no recordar pero que, definitivamente, deben ser contadas».
—… Son dos tipos diferentes de
traumas —decía yo, ignorante de lo que me preparaba el destino, y divertido en
ese presente—, y no me hagas explicártelo usando ejemplos gráficos y poniendo a
tus padres como los protagonistas de ellos. Que mira que tienen cuatro hijos, a
que deben tener muchas posiciones y…
Para callarme, Lucas me dio un
manotazo menos amistoso, imitando un sonido de vómito a la vez. Jun se reía
silenciosa, sonrojada y con la mirada baja; yo, malsana y abiertamente.
Hablando del frío que hacía, y de
las posibles maneras en que se calentarían los papas de Lucas; las chicas y los
chicos entramos por diferentes puertas hacia nuestros vestidores. Ahí dejé de
torturar al pobre Lucas, y comenté que el profesor no había dicho que teníamos
los puntos por haber ido. Ya afuera, no fue difícil que nos lo diera.
Media hora después, otra vez seco
pero con frío, estaba frente al edificio de apartamentos en donde está mi
hogar, despidiéndome de Jun, que me miraba por arriba de la ventanilla del
automóvil de su familia que habíamos compartido.
—Buenas noches.
—Y dices que no eres sarcástica.
Ella bajó la mirada y se sonrojó.
Por todo se sonroja y baja la mirada, por lo que casi nunca sabría decir cuáles
son realmente sus reacciones cuando lo hace. En fin, que nos despedimos con
movimientos de manos, el chofer arrancó y yo subí los peldaños del edificio. Me
di cuenta que no tenía las llaves apenas con palmear los bolsillos, por lo que
llamé con el teléfono celular a la casa.
Para mi tortura hubo risas, una
femenina y otra masculina, y una conversación que no entendí del todo antes de
que ella me contestara.
—Aló.
—Soy yo, —obvio, pero fue lo que
dije—, estoy aquí abajo. Me dejé las llaves. Al final no hubo clases.
Después de una pequeña conversación,
me abrió el portón y yo entré, tomándome mi tiempo en subir para que se
pusieran «presentables». Estuve preparado para lo que sabía que iba a pasar, y
nunca para lo que no sabía que iba a pasar.
-o-
Unas
20 horas después…
Estaba sentado en la escalera de
incendios, dándome un descanso de recoger desperdicios y viendo como Jun
inspeccionaba una mancha en el suelo del callejón en vez de seguir subiendo los
escalones.
—Sí, es sangre... —corroboré su
silenciosa pregunta.
Jun solo subió la cabeza para
mirarme, con una de sus expresiones escalofriantemente neutrales que no son ni
lo uno ni lo otro. Esa decía «me siento temerosa y preocupada».
—Era uno de los malos.
Jun se calmó, empezó a subir de
nuevo y, sentándose dos escalones por debajo que yo, me tendió las hojas. Eran
fotocopias de los apuntes del día.
—¡Gracias, Jun! —le sonreí—. Tienes
alma de súper heroína.
Bajó la cabeza y se sonrojó, claro,
pero luego dio una cabezada hacia la pared del edificio.
—Hechizos… —era algo entre pregunta
y afirmación.
—Sí, los expulsores de posibles
curiosos. ¿Te afectan?
Ella encogió un hombro y luego negó.
Yo me puse en pie, doblé las hojas y las puse en el bolsillo.
—¡Bien! Porque quiero que veas algo,
—dando por hecho que iría tras de mí, me volví y subí los escalones hacia el
hueco de la ventana del apartamento—, es lo único positivo de lo que ha pasado.
Pasé una pierna y luego la otra, con
mucho cuidado, y me volví a ella.
—Mira bien lo que haces, aquí en los
bordes aún hay vidrios de la ventana quebrada. —Jun entró totalmente ilesa y,
mientras caminábamos por la sala, vi que se quedaba mirando a otras manchas de
sangre—. Son de Ben… —le expliqué y, ante sus ojos muy abiertos, añadí—: Se ve
peor de lo que es. Con todo y estar herido y haber sido hechizado, ahora mismo
está arreglando el ascensor.
—¿Por qué?
—Porque él lo arruinó. Lo hizo para
defenderse de los malos, pero eso no excluye de ser vandalismo.
Aunque debía tener muchas preguntas,
Jun tomó silencio mientras salíamos del recibidor, pasábamos por la escalera y
dábamos vuelta a un lado. Yo bromeo diciéndole que tiene muy pocas palabras
utilizables al día y por eso solo dice las mejores y pertinentes.
—¿Y Selena?
—Con PdT, convirtiéndolo en un ex
PdT después de ponerlo en trance y hacerle creer que lo que vivió aquí solo fue
una pesadilla. ¡Suertudo bastardo!
—¿Tan malo fue? —su voz fue un
susurro, pero la oí.
—Nah, luego te cuento. Ahora me digo
que pudo ser peor. —Y no trataba de hacerme el macho, lo decía en serio—.
Claro, en el momento y para esa parte de uno que recuerda la propia mortalidad
y la de los demás, fue terrible.
Sentí su manita en el antebrazo por
un instante, hasta que paré frente a la puerta del Círculo y cogí su pomo. Me
volví hacia ella, sonreí de ver cómo le contagié mi entusiasmo, o eso creo
porque bajó la cara y se sonrojó mirando hacia la puerta.
—¿Lista para ver algo muy
impresionante? —ella asintió y yo abrí la puerta de golpe.
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