Al caer Constantinopla, parte final
Atenea
nunca recordaría el momento en que se durmió, pero sí que sintió sueño y
debilidad mientras terminaba el hechizo. Lo que siempre recordaría, fue que cuando
despertó alguien le tomaba la mano. Se sentó tan rápido que tuvo un mareo y eso
la asustó. Inconscientemente, tomó con más fuerza la mano que estaba en la suya,
y cuando vio de quién era, no pudo dejar de pensar “Está bien, vivo. ¡Dioses, con tan poca energía, su tatuaje no debió…!
No tiene ni cicatrices, ¡Por Asclepio! Está vivo…
—Está
bien. Solo te sientes un poco débil… —y luego, tal vez dándose cuenta de que
Atenea no le oía, sonrió con ternura y simplemente la abrazó.
Ella
le abrazó de vuelta, sintiendo como su cuerpo se destensaba, su pecho se
aflojaba y el dolor, incertidumbre y miedo eran sustituidos por un calor
confortable. Con el rostro enterrado en su hombro, oliendo su aroma y sintiendo
su cuerpo abrazado al de ella, dejó ir una pequeña carcajada.
—Estás
loco.
—Y no
sabes cuánto.
El
humor en la voz de Prometeo la hizo sonreír. Y por una vez en esos días, sus
ojos se humedecieron de felicidad.
… Tal
vez sí había logrado perder un poco la cordura después de todo, porque no le
importó el panteón y nada más por varios minutos que estuvo en ese abrazo. Aún
cuando parte de su mente sabía que, algún lugar afuera de su tienda
(confusamente, se había dado cuenta que era ahí donde estaba, iluminada por la
luz del día), su padre y Ares habían estado esperando por lo menos una noche
por ella; Atenea no sintió que nada fuera más importante que seguir siendo
abrazada.
-o-
—Libros…
—tuvo que decir Atenea.
Fue
casi una pregunta, como si creyera que debía estar errada por más que los
mencionados libros estuvieran primorosamente apilados a la par de la tela que
fungía como cama.
Prometeo
le asintió, muy tranquila y severamente.
Atenea
se llevó dos dedos por encima de su ceja un instante y hasta dio un par de
pasos de un lado al otro, antes de encararle:
—¿Te
fuiste a buscar nuestros libros de leyendas, obras de teatro, poemas, filosofía
e historia cuando estábamos siendo atacados?
Prometeo
tuvo el descaro de mirarla con indignación.
—Creo
que tú, la diosa de la sabiduría, sabría apreciar lo tan importante que es para
nosotros que nuestro conocimiento perdure…
—¡No
cuando hay gente muriendo! —Atenea abrió un poco la boca, y tomó aire para
seguir discutiendo, pero prefirió cerrarla y hacerle un ademán condescendiente
con la mano antes de controlar su tono y decidir cerrar el tema—: Estoy muy
feliz de que estés vivo y espero que puedas salir afuera a ayudarnos, se te
necesita. Me voy, mi padre me espera para idear el plan de acción.
Mientras
Atenea movía con la mano la tela de la tienda para salir, oyó la voz tranquila
de Prometeo que se acercaba.
—Hemos
sobrevivido a la peor, y estos libros nos ayudaran en el renacimiento. Estoy
seguro de ello.
—Y
cuando llegue ese momento, —aunque pensó “Si
llega ese momento” no lo dijo, porque quería tener fe en la locura de
Prometeo—, te lo agradeceré. Pero por ahora, necesitamos ayuda más práctica…
Los
dos salieron al campamento, donde las conversaciones seguían bajas y el llanto,
la tristeza, las heridas se arremolinaban por debajo de rostros pálidos y ropas
sucias.
Pero
también estaba Démeter y sus ninfas dando de comer frutas y agua. Cerca de los
árboles, Asclepio revisaba a un licántropo que ya no tenía la herida de un costado
abierta. Hefesto, siempre junto a Afrodita y frente a la cueva, estaba
cincelando algún hechizo alrededor de la entrada con sus manos. Y hasta, más
allá en el bosque, Atenea pudo oír el rumor de canto y risas… Solo Dionisios haría
algo tan fuera de lugar como eso, pero ella se lo agradeció.
Atenea
no sabría si era ella, o en verdad el lugar parecía más… Vivo. A la luz del tercer
día después de la caída de Constantinopla, sintió el calor del sol y la frescura
de la brisa. Hacía mucho que no sentía eso. Debería haberle hecho preocupar,
pues era uno de tantos síntomas de la pérdida de la divinidad y el acercamiento
a ser prácticamente un humano, pero no fue así. Se sintió bien, abrigada por el
mundo.
—Es como si una bruma oscura se hubiera disipado.
—comentó a Prometeo, aliviada y sorprendida, mientras iban hacia la cueva.
Hestia sabría qué debían hacer para ayudar.
—La
llegada de Delfos y Hermes subieron mucho la moral.
Atenea
le miró, sorprendida, y dejó de caminar… A la par de ellos, una niña intentaba
tranquilizar el berreo de un bebé. Aún así, Prometeo pudo oír la pregunta de la
diosa de la sabiduría.
—¿Delfos?
¿Cuándo llegó?
Él
pareció ligeramente confundido por su pregunta.
—A la
vez que nosotros. Una chica valiente, su nombre humano era Dánae.
Atenea
sabía que el oráculo de Delfos anterior se
llamaba Leopoldo.
—Tenemos
una nueva Delfos… —y Atenea inició de nuevo su camino.
Recordó,
vagamente, que a la par de Prometeo había una mujer. Si Hermes los había traído
a la vez, ella debía ser la nueva Delfos. ¿Sería posible que Hermes hubiera
huido para encontrar al siguiente sucesor del oráculo, si el anterior Delfos
sabía que iba a traspasar su habilidad al ser asesinado y le hubiera dado esa
misión…?
—Cosa
de Hermes, imagino —comentó, decidiendo que la respuesta a su pregunta era
afirmativa.
—Los
de nuestra clase solemos ser cobardes, pero de utilidad —comentó con ligereza
Prometeo.
Atenea
agradecía que aún no le molestara mucho su buen ánimo al hablar, y no le
comentó algo al respecto. Pensaba que los Delfos solían durar de dos a cinco
años para acostumbrarse a su nueva condición, y ser lo suficientemente
coherentes para empezar a hacer profecías.
… Dos a cinco años, sintió genuina esperanza
por primera vez en semanas. Fue tan natural pensar en que debía esperar dos a
cinco años. Sonrió, al darse cuenta que ya no dudaba que iban a sobrevivir por
lo menos ese tiempo.
Pero
debían hacer mucho para lograrlo. No solo pensar en lugares seguro a donde ir,
debían empezar a tener una estrategias de asentamientos lo suficientemente
disgregados. Así, el enemigo no iba a poder matar a todos a la vez. Pero tenía
que pensar en la manera de poder seguir en contacto con todos para darles su
protección y, a la vez, que se ocultaran lo suficiente de los monoteístas.
Tendría que hablar con Hermes, Hefesto y Artemisa para desarrollar y llevar a
cabo algunas ideas que ya tenía pinceladas en su cabeza. Y en cuanto a la
protección bélica…
Prometeo
abrazó la cintura de Atenea y la atrajo a su costado. La diosa se dejó hacer,
mientras su mirada ida y pensativa se concentraba frente a ella. Obviamente, no
miraba a la cueva o a las ninfas que caminaban entre las personas. Prometeo
sabía que estaba pensando, que ya entendía qué hacer para sobrevivir. El titán
sonrió. Nunca había dudado de que el conocimiento y la sabiduría, Atenea, iba a
lograr hacer renacer al panteón.
FIN