¡RECUERDA!
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mundo y familia.
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¿Quién llama a la puerta?, parte final
-o-
Mi padre reinició a contar la
historia de su más nuevo y desafortunado caso, mientras terminábamos las
puntadas y después de hacerme un pequeño resumen:
—Un millonario me contrató para
encontrar a una muy valiosa perra que le habían robado… ¿Por dónde iba? ¡Ah sí!
Supe que el camión había pasado por la interestatal con rumbo a los muelles…
Segundos después, mi madre revisaba
las heridas grandes muy de cerca, mientras Ben hacía mímica con las manos para
involucrarme más en su historia.
—… Era el perro de Fu más grande que
había visto nunca. Un muy rugiente, con más de un metro y medio de altura,
encadenado a las paredes del contenedor y furioso perro de Fu.
—No me digas que a quien ibas a
salvar te hizo esto —casi dio por hecho mi madre, con su tono de «te lo dije» y aludiendo a las heridas.
Mi padre se tomó el comentario con
buen humor, como si estuviera contando la historia de una película
especialmente emocionante, y no siendo regañado.
—Esperen a que llegue ahí, ¿sí?
Llegó «ahí» después de decir más malas palabras, volver a temblar, sudar,
dar gritos ahogados y ponerme los pelos de punta… Selena limpiaba y
desinfectaba las heridas que ya no sangraban, en silencio y con rapidez.
PdT había llegado para estar fuera
de lugar e insistir que llamáramos a la policía, los paramédicos o que al menos
le acompañara en la cocina para «protegerme de toda la escena». Solo al
terminar con la desinfección, Selena le puso atención y le despachó amable,
cariñosa y dándole medias explicaciones.
¿Por qué siempre tiene que salir con
hombres que no saben nada de… Nada? Nos dijimos con las miradas Ben y yo.
Pocos minutos después, ella volvió a
sentarse con nosotros, hizo como si no le estuviéramos haciendo gestos de burla
a razón del PdT e impuso suavemente sus manos en las heridas de Ben. Los dos
nos pusimos serios al instante. Hay algo tan sacro cuando sana místicamente,
que es su mejor «Déjenme en paz».
Ella cerró los ojos, susurró un
cántico brahmánico y curó las costillas al hacer que el hueso se rellenara y
las astillas sobrantes fueran expulsadas. También la carne en las heridas
crecieron hasta cerrarse un poco, y el surco con puntos se hizo una cicatriz
rojiza. Era como un «cámara rápida» en la sanación humana, pero en vivo y en
directo.
Ben cerraba fuerte los ojos, se
mordía un labio y abría y cerraba los puños. En palabras de él, la sensación de
ser curado así es: «un delicioso
hormigueo o picar doloroso y un bienestar… Como cuando te entusiasmas y sientes
ganas de brincar, pero te quedas quieto».
Y yo digo que oír esos leves y
rápidos gorjeos acuosos de los tejidos regenerándose, da algo de asco.
Cuando ella terminó la imposición de
manos, fue hora de ayudar con las vendas mientras Ben llegaba por fin «ahí»:
—… Huí de los tipos y seguí a la
perra. Me concentré en correr entre los árboles, capear ramas bajas, no caerme
en ese terreno tan malditamente accidentado y oír los silbidos de flechas e
impactos alrededor. Y, de repente, me di cuenta de que había perdido de vista
al perro de Fu.
—Una perra de metro y medio de
altura —ironicé.
—Entre tanta cosa en lo cuál poner
atención, sí, la perdí.
—¿Los perros de Fu no son en verdad
leones? —mi madre y sus «pertinentes» preguntas.
—Créeme, por la manera en que trató
a mi felina persona, son caninos. En fin, creí que ya estaba a salvo para
convocarla cuando llegué a un puente…
—Sube el brazo —pedí.
Entre mi madre y yo estábamos
poniéndole el esparadrapo del hombro a debajo de la axila contraria, rodeando
el torso y de nuevo al hombro desde atrás.
—… Un puente de esos pequeños, hecho
de ladrillos, de los que gritan «parque».
El intercomunicador de la vecina de
al lado sonó tan de improviso, que nos hizo dar una sacudida… Ya teníamos luz
proveniente de la ventana, así que tal vez no era tan temprano.
—Puente… —pedí que siguiera.
—El cual escalé sin problemas pero,
justo cuando puse mi mano en el barandal y brinqué para saltearlo, —el
intercomunicador de nuevo, pero no nos tomó por sorpresa—, sentí que venía
hacia mí «algo» y apenas pude
ablandar el shuriken para que solo me dejara este moratón. —¿Otra vez el
intercomunicador? Alguien en verdad quería visitar a la viuda—. Pero ella
aprovechó ese momento para correr hacia mí y dejarme este regalo que ustedes
están envolviendo.
—¿Quién? —preguntó mi madre,
descolocada. Esa sí era pertinente, porque no había ninguna mujer en la
historia.
Mi padre le sonrió, socarrón, por
haber logrado su interés.
—Una Oni de tres ojos. Al parecer,
una tercera en discordia que también quiere al perro de Fu.
—Si es así, ¿por qué te atacó en vez
de rastrear a la perra? —pregunté yo.
—¿Y los otros tipos qué? —se
interesó Selena.
Pero Ben no pudo contestar a ninguna
pregunta. Otra vez el pitido del intercomunicador. Pero eran todos ellos, de
cada uno de los apartamentos, insistentemente.
Vi como mis padres intercambiaban ese tipo de miradas: «tenemos problemas» y «no nos precipitemos». El que sí se
precipitó fue el PdT, que abrió el portón del edificio, así, simplemente porque
el sonido le irritó.
Mis padres no le gritaron nada por
su estupidez. Yo estaba petrificado. Quien fuera, ya podía entrar…
—¿Alguien te siguió? —verbalizó
Selena la pregunta en el aire.
—Es probable.
Miraron al unísono y preocupados
hacia mí, y sentí ese ser apretado en el pecho que dificulta el respirar.
Miedo.
Mi madre se puso en pie, ayudó a Ben
a hacerlo y luego fue hacia la cocina, a donde se había devuelto PdT, y estaba
su arma. Yo me quedé en el recibidor y vi a mi padre recoger la ensangrentada
chaqueta para coger sus dos cuchillas. «Oh
no» Iba a protestar, pero no dije nada. Mi padre sacó algo pequeño de un
bolsillo, cogió mi mano y me lo dio.
—Si esto resulta ser lo que tememos…
Sóplalo o dáselo.
Aunque era una muy extraña orden, yo
solo apreté lo que me dio y lo puse en el bolsillo de mi pijama sin verlo.
Cuando regresó mi madre, Ben acarició mi cabello y ella me dio un beso en la
mejilla apresuradamente.
—Ve con Mark al Círculo —dijo ella.
Ya lo daba por hecho. El Círculo es
la habitación donde hace su magia y, supe unas semanas antes de ese episodio,
el lugar más seguro contra lo paranormal en varios kilómetros a la redonda.
—Cuídense. —no me asombra que fuera
la única palabra que dijera desde que supe del posible peligro.
Justo después de verlos salir por la
puerta, oí la alarma de mi despertador.
Buenos días, familia.
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