¡Recuerden!
Puede tener su blognovela. Si lo quieren.
2
¿Desde dónde entraron?, parte final
Ben descompuso el ascensor justo
después que el tipo del que se estaba «haciendo cargo» mi madre caía de
rodillas al suelo y, luego, en posición fetal, hasta dejar de moverse
convulsamente.
Ella, que había llegado hasta el
final del pasillo, saltó las piernas del tipo en su camino de regreso, y cerró
y abrió la mano con la que controlaba el agua. Ésta cayó al suelo desde el
rostro del hombre y él, en medio de toses, pudo respirar de nuevo.
—Vete de aquí si no quieres que vaya
en serio —le dijo mi madre, caminando hacia atrás y enseñándole la botella de
agua a medio llenar en su mano.
Pero creo que él ni la vio ni pudo
oírla. Iba a durar algunos minutos en recuperarse lo suficiente de casi morir
ahogado.
Sin tener una respuesta del
peligroso hombre que dejaba en libertad, mi madre decidió ir a controlar a Ben.
Él, en la oscuridad del hueco del
ascensor y sobre éste, había desenganchado dos de los cables metálicos que
tenían suspendida a la cabina. El aparato había dado un bandazo y, chirriando
estridentemente, quedó algo desnivelado. Pero Ben solo había mantenido el
equilibrio y cogido los cables con una de sus manos. Luego, miró la polea en la
parte alta del hueco e hizo un ademán, con dos dedos muy rectos y rapidez. Como
si sus dedos hubieran sido dagas y tenido contacto con ellos, los dos cables se
cortaron limpiamente y cayeron hasta quedar suspendidos en el aire por la orden
mental de mi padre. Ben cogió un cable con cada mano, e hizo al ascensor subir
un poco mientras las puertas volvían a abrirse.
Las flechas de la ballesta no se hicieron
esperar, como los movimientos de los cables evitando que éstas dieran con el
cuerpo de Ben.
Los chasquidos de los cables al
moverse o impactar con las flechas, los bramidos del tipo cuando alguno de los
«látigos» daba con él, y las toses de
mi padre al estar rodeado de una leve nube de humo por los impactos de las
flechas en un espacio tan reducido; eran los sonidos a los que Selena se estaba
acercando.
… Hasta que oyó el quebrar de la
ventana, y se devolvió hacia la última puerta del pasillo, la nuestra, pasando
frente al departamento de la viuda, que había abierto con su bata y gorrito de
dormir.
—¡Querida! ¿¡Pero qué pasa aquí!?
Mi madre ni la volvió a ver y solo
le gritó:
—¡Regrese adentro y no salga!
Como una exhalación, Selena llegó
frente a nuestra puerta y dio un respingo cuando oyó los golpes sordos y
potentes al fondo de mi casa. Maldijo no tener las llaves mientras forcejeaba
con la puerta, y luego bendijo que Ben fuera un tigre de metal. Mientras los
golpes sordos seguían oyéndose insistentemente dentro, ella se devolvió para
salvar a mi cada vez más dormido padre, con el fin de que le ayudara a abrir la
puerta y salvarme a mí… Y al PdT, claro.
-o-
Mientras mis padres estaban siendo
unos geniales pateatraseros, yo había subido en carrera a apagar mi muy
enervante despertador y, luego, hacía de responde-preguntas al PdT mientras
cerraba la puerta de la casa con llave… Sí, mea
culpa.
—¿Estamos en peligro?
—Puede ser. Lo más seguro que sí.
—¿¡Pero por qué no quiere llamar a
la policía en vez de ir a enfrentarse solos al peligro!?
—Estarán bien. —Tanto lo deseaba,
que lo creía.
—¿Pero qué rayos sucede aquí?
—Largo de explicar —respondí por
inercia, era una de esas preguntas que nos decimos sin esperar ser
contestados—. Vamos, sígame —le exigí.
Yo había iniciado el camino hacia la
entrada del Círculo, que estaba cerca de las escaleras, esperando que él me
siguiera, pero el PdT se había quedado quieto en su sitio. Di un bufido, me
devolví, lo tomé de la camisa y lo empujé un par de pasos hasta que me siguió
solo.
—Pero él está herido. ¿Seguro que
estarán bien?
—Por una vez estamos de acuerdo, PdT
—susurré.
—¿Qué?
—Nada, Mark.
Abrí la puerta del Círculo, y le
pedí que pasara con un cabeceo impaciente, mientras él seguía con sus
incesantes peguntas:
—Él… Parece de dudosa reputación,
¿quién es?
—Mi padre.
PdT se quedó en silencio, viendo
estúpidamente hacia la puerta de metal reforzado que yo acababa de cerrar.
Cuando reaccionó lo hizo con, ¿adivina? Sí, otra pregunta.
—¿Esto es una habitación del pánico?
—Se puede decir.
Solo algo de un nervioso silencio y,
luego:
—¿Pero qué, exactamente, tienen
pensando hacer allá afuera?
¿Y yo cómo diantres lo iba a saber?
—Oh, solo han querido ir a
besuquearse a la luz del amanecer.
—¿¡QUÉ!? —salió del shock PdT,
mirándome con alarma y luego, imagino que cuando vio mi expresión exasperada,
enojo—. ¡No es momento para bromas!
—Ni para preguntas estúpidas —se me
salió decirle, tal vez porque era la
pura verdad.
PdT no me regañó pero desde ese
momento, me trató con distante y, gracias al cielo, silenciosa cordialidad. Y,
tengo que reconocerle, debió hacer un gran esfuerzo para no dirigirme de nuevo
la palabra. Por su andar nervioso y su incesante manoseo de brazos, mientras
veía de allá para acá lo que encontraba en el Círculo, era perceptible que
NECESITABA hacer preguntas.
Cualquiera se daría cuenta que ese
lugar no parecía una habitación del pánico.
El Círculo es ese espacio donde vas
tirando las cosas que no usas, pero tampoco quieres botar. O, al menos, eso
parece a simple vista. Cuando se entra, hay un área vacía que tiene un dibujo
en el suelo de madera. Es un Yin Yang de unos dos metros de diámetro, hecho por
una circunferencia de algunos centímetros en grosor y profundidad. Los círculos
de dentro son algo así como pequeñas palanganas labradas en la madera y, la
línea con forma de «S» en el medio, es muy parecida a la circunferencia, pero
más delgada.
PdT había estado viendo hacia
arriba, al techo hecho de varias ventanas de vidrio cerradas, por las cuales se
filtraba la luz del día y se veía el cielo despejado… Por estar viendo eso,
casi se cayó al trastabillar con uno de los círculos del Yin Yang. Fue así como
centró la mirada en éste.
Yo, que me había sentado en el Yang
porque no había otro lugar para hacerlo con comodidad, sentí su mirada
interrogadora. Pero no le contesté, porque estaba harto de responder sus
preguntas y, aunque quisiera hacerlo, no era algo que debía explicar. Al menos,
no se había encontrado con un pentagrama. Si no entendía por sí solo que en ese
lugar vivía una bruja, y que esa bruja era su novia, era un caso perdido.
No les sorprenderá saber que los PdT
no suelen caerme excesivamente bien y éste, con su demostrada incompetencia, me
había hecho pasar de esa fase en que me daba igual, al desagrado.
Por lo que, sumidos en nuestro mutuo
silencio nervioso y poco amigable, cada uno esperó a su manera. Mientras él se
acercaba a los muebles y anaqueles alrededor y al fondo del Yin Yang, que tenía
flores por aquí, probetas por allá, un horno por acá, frascos con higos secos o
prístinos químicos de olor agrio arriba, una enredadera vegetal en la pared
sur, ollas, etc, etc; yo inspeccionaba lo que mi padre me había dado para mi
«protección»… ¡Qué decepción! Por más que busqué en él algo sorprendente, sólo
parecía un caracol-coral de porcelana verde. Luego supe que era jade, el
material mágico por excelencia en «nuestra cultura», pero en ese momento solo
me pareció una baratija del mercado de pulgas que me hacía sentir hasta aún más
frágil.
—¡Oh, vamos Ben! —exclamé en un
susurro, entre el enojo y la desesperanza. Sentí el pecho apretado del miedo
nuevamente.
—¿Qué es este lugar?
«Caso
perdido, definitivamente», pensé.
—El herbolario de mi madre.
PdT sabía que era una media verdad,
claro. Pero solo hizo un ademán de frustración y se sentó en el Yin.
—Selena va a… —empezó a decir, pero
se calló y miró hacia la puerta—. Espero que estén bien.
Estuve de acuerdo con su confusión y
sus deseos. El silencio ya no fue tan poco amigable, pero sí cada vez más nervioso.
Justo cuando empecé a sentir que
necesitaba ir al servicio sanitario, como hago cada mañana, fue que creí oír
algunos chasquidos y, poco después, muy cerca, cristales quebrándose… «La ventana de la escalera de incendios»,
pensé acertadamente, y con vuelco en el estómago. Habían entrado.
—¿Será Selena? —pensó erróneamente
PdT, e hizo una intentona de ir a abrir la puerta.
Yo me levanté de un salto y lo tomé
de la camisa nuevamente.
—No te muevas de aquí.
Pero PdT hizo un intento de zafarse
y abrir la… ¡El golpe fuertísimo, el estremecimiento de la puerta, nos hizo
tener una sacudida!
Devolviéndonos al Yin Yang, saqué el
objeto de mi bolsillo y soplé en el hueco del caracol-coral una y otra vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario