¡Recuerden!
Puede tener su blognovela. Si lo quieren.
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¿Qué hace el silbato de jade?, primera parte
¡Nada! Nada de nada. Cuando me la
llevé a la boca tuve la febril idea de que el caracol-coral iba a… No sé,
¿sonar como uno de esos enormes cuernos de caza? ¿Convertir mi aliento en un
torbellino? ¿Agigantarse en una tortuga ninja? Juro que cualquier cosa me
hubiera sorprendido menos que la simple e indignante nada. ¡Solo se oían mis
estrangulados y salivosos esfuerzos! Y claro que ellos no se comparaban con los
golpes, cada vez más fuertes y seguidos en la puerta que empezaba a curvarse en
algunos sitios y, sus goznes, a chirriar.
—¿Qué… qué quiere? —preguntó, cómo
no, PdT. Creo que había tratado gritarlo para que el atacante le oyera, pero no
lo había logrado con su voz agudizada.
Los dos dábamos pasos hacia atrás y
con la mirada fija en la puerta, aunque para mí era un poco difícil porque el
PdT insistía en mantenerme a su espalda.
La respuesta a su no escuchada
pregunta fue un golpe fuertísimo, tanto, que abrió por un instante la puerta,
instante en que pude ver piel roja, grandes colmillos y tres ojos amarillos,
antes que la puerta se volviera a cerrar y trancar por sí sola. Ese pequeño
acto de magia me hizo sentir un poco aliviado después del horrible revolcón en
el estómago que tuve al pensar «¡La Oni!
¡Va a entrar!», totalmente espantado.
Reaccioné dando un par más, y muy
largos, soplidos en el caracol-coral. Mi mano temblaba. Lo guardé en mi
bolsillo y luego di con una idea que me hizo sentir algo menos inseguro, por
más que los golpes contra la pobre puerta habían vuelto a sucederse.
—Rápido, ayúdame a mover esto
—demandé, yendo hacia uno de los muebles de madera en donde mi madre tenía su
vajilla de todo tipo.
PdT, que se había quedado viendo al
lugar por donde yo también había vislumbrado a la Oni, no me hizo caso hasta
que volví a arrastrarlo tomándolo de su camisa.
—Mark, ayúdame a hacer una
barricada.
Empujones y órdenes concisas. Ya
empezaba a darme cuenta cómo tratar con él.
-o-
Mi madre pasó de nuevo, corriendo
como un rayo, por la puerta oportunamente cerrada de la viuda. Iba hacia el
fondo, donde un muy adormilado Ben estaba perdiendo control sobre sus látigos.
Él había podido salir de la cámara
de polvo rosado en la que se fue convirtiendo el espacio del ascensor, pero no
se alejó de sus efectos adormiladores. Aunque los cables de metal le siguieron
funcionando, mi padre cabeceaba, daba tumbos y por más que siempre se
«despertaba» por unos segundos después de cada uno de ellos, sabía que estaba
perdiendo la batalla contra el sueño. Filtrándose por las gasas, la sangre de
sus heridas mal cuidadas hizo acto de presencia.
El tipo, sangrando también al haber
sido cortado varias veces por los «látigos»,
tiró su ballesta al suelo y se acercó a Ben, aprovechando sus tumbos y que los
cables estaban prácticamente inertes.
—Ahora sí, hijo de… —espetó, justo
cuando le daba un gancho en el estómago.
Mi padre dijo que eso sí le
despertó, pero también le dejó sin respiración y un terrible dolor en las
heridas. Cuando se dio cuenta, estaba tirado en el suelo y deseando poder
respirar, en vez de toser y empeorar su sufrimiento al hacerlo. Lo único que lo
tranquilizaba, era que los cables se habían movido instintivamente, como si
fueran una extensión del cuerpo de Ben. Uno flotaba delante de su cabeza y el
otro, encima de su torso y herida. Pero el tipo no se impresionó.
Rió, le hizo saber a mi padre la
«profesión» que, según él, tuvo mi abuela; y que deseaba el silbato.
—… Y lo cogeré al revisar tu
cadáver. —Siempre recordaré esa frase y la manera en que mi padre la dijo, como
si él mismo nunca la pudiera olvidar.
El tipo hizo un ademán de patearle,
pero no logró hacerlo. Tuvo que volver a apoyar la pierna y hasta las manos en
la pared, gritando del dolor. Había sufrido un «sablazo» en la extremidad que
tenía como apoyo en el suelo, y ésta empezó a sangrar copiosamente.
Mi madre había abierto de nuevo su
botella, y hecho que apenas un «sorbo» de agua volara con gran rapidez hacia la
pantorrilla del tipo, cortándola profundamente.
«Si
Selena quiere, puede derribar a cualquiera solo con florituras de manos»,
recuerdo un comentario que Ben hiciera unas semanas antes de estos sucesos, y
ante mi incredulidad con la idea de que mi madre pudiera ser útil en
situaciones de peligro, más allá que para sanar.
Después que me contaran lo que
hacían mientras yo me moría de miedo en el Círculo, nunca más dudé que no solo
era útil, sino peligrosa. Aunque pasé por varios días de incredulidad cuando lo
supe, porque no podía conciliar esa imagen con la de mi madre. ¿Ella es la
misma mujer que se deja ablandar por sus acreedores hasta el colmo de perdonar
sus deudas, se viste en una mezcla de hippy-hipster
con colores pasteles y muchos estampados naturales; sonríe como una
adolescente a la salida y llegada de sus citas con los PdT, llora con cualquier
película dramática y tiene una manía de dar abrazos a cualquiera, más a mí,
realmente empalagosa?
Sí, esa misma mujer había hecho que
el agua saliera de la botella y se quedara a un centímetro de su mano, en forma
esférica y continuo movimiento sobre sí misma. Luego tomó impulso, brincó y
rodeó el cuello del tipo con el brazo libre, haciéndole aguantar todo su peso.
Él casi se fue de espalda, mientras ella abalanzaba su otra mano, con la esfera
del agua al frente, y la hacía impactar en el rostro para que se quedara ahí,
alrededor de nariz y boca del hombre.
Tan rápido como había hecho ese
movimiento, Selena se bajó y dio unos pasos lejos de él, pero con una mano fija
en la dirección de la cara del tipo. Éste estaba cayendo al suelo, tratando de
quitarse el agua del rostro. Roseaba líquido a los lados, pero las gotas
volvían a su posición inicial al instante, impidiéndole respirar.
Sin dejar de mirar al hombre y sus
desesperados movimientos, mi madre se acuclilló a un lado de Ben, y le dio
palmadas en las mejillas. Él se había dormido mientras era tan eficazmente
salvado, y no se despertó hasta que sintió hormigueo, picazón y energía al ser
«reanimado» por mi madre. Cuando lo hizo, se encontró con el tipo inconsciente,
su rostro en un charquito de agua y a mi madre gritando, mientras lo tomaba de
un brazo, según ella para levantarlo.
—¡… Vamos, tienes que abrir la
puerta, rápido!
Ben solo se daba cuenta de que el
mundo se movía, le pesada la cabeza, le dolía el costado y el estómago, y sus
brazos y piernas se sentían enormes, muy difíciles de mover. No entendía nada.
Su mente pasaba de recordar la situación, a imaginar ideas estúpidas («microondas de waffles» es la única que
recuerda). Estaba más dormido que despierto. Pero, aún así, sabía que si no le
hacía caso a Selena en lo que le pedía, (primero fue que se levantara, luego
caminar y por último, y lo que más le costó, abrir una puerta), estaría en
grandes problemas.
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