miércoles, 28 de agosto de 2013

[Chico rata-metal] Llegadas inesperadas, 6/10




¡Recuerden!
Puede tener su blognovela. Si lo quieren.


3

¿Qué hace el silbato de jade?, primera parte


¡Nada! Nada de nada. Cuando me la llevé a la boca tuve la febril idea de que el caracol-coral iba a… No sé, ¿sonar como uno de esos enormes cuernos de caza? ¿Convertir mi aliento en un torbellino? ¿Agigantarse en una tortuga ninja? Juro que cualquier cosa me hubiera sorprendido menos que la simple e indignante nada. ¡Solo se oían mis estrangulados y salivosos esfuerzos! Y claro que ellos no se comparaban con los golpes, cada vez más fuertes y seguidos en la puerta que empezaba a curvarse en algunos sitios y, sus goznes, a chirriar.
—¿Qué… qué quiere? —preguntó, cómo no, PdT. Creo que había tratado gritarlo para que el atacante le oyera, pero no lo había logrado con su voz agudizada.
Los dos dábamos pasos hacia atrás y con la mirada fija en la puerta, aunque para mí era un poco difícil porque el PdT insistía en mantenerme a su espalda.
La respuesta a su no escuchada pregunta fue un golpe fuertísimo, tanto, que abrió por un instante la puerta, instante en que pude ver piel roja, grandes colmillos y tres ojos amarillos, antes que la puerta se volviera a cerrar y trancar por sí sola. Ese pequeño acto de magia me hizo sentir un poco aliviado después del horrible revolcón en el estómago que tuve al pensar «¡La Oni! ¡Va a entrar!», totalmente espantado.
Reaccioné dando un par más, y muy largos, soplidos en el caracol-coral. Mi mano temblaba. Lo guardé en mi bolsillo y luego di con una idea que me hizo sentir algo menos inseguro, por más que los golpes contra la pobre puerta habían vuelto a sucederse.    
—Rápido, ayúdame a mover esto —demandé, yendo hacia uno de los muebles de madera en donde mi madre tenía su vajilla de todo tipo.
PdT, que se había quedado viendo al lugar por donde yo también había vislumbrado a la Oni, no me hizo caso hasta que volví a arrastrarlo tomándolo de su camisa.
—Mark, ayúdame a hacer una barricada.
Empujones y órdenes concisas. Ya empezaba a darme cuenta cómo tratar con él.             

-o-

Mi madre pasó de nuevo, corriendo como un rayo, por la puerta oportunamente cerrada de la viuda. Iba hacia el fondo, donde un muy adormilado Ben estaba perdiendo control sobre sus látigos.
Él había podido salir de la cámara de polvo rosado en la que se fue convirtiendo el espacio del ascensor, pero no se alejó de sus efectos adormiladores. Aunque los cables de metal le siguieron funcionando, mi padre cabeceaba, daba tumbos y por más que siempre se «despertaba» por unos segundos después de cada uno de ellos, sabía que estaba perdiendo la batalla contra el sueño. Filtrándose por las gasas, la sangre de sus heridas mal cuidadas hizo acto de presencia. 
El tipo, sangrando también al haber sido cortado varias veces por los «látigos», tiró su ballesta al suelo y se acercó a Ben, aprovechando sus tumbos y que los cables estaban prácticamente inertes.
—Ahora sí, hijo de… —espetó, justo cuando le daba un gancho en el estómago.
Mi padre dijo que eso sí le despertó, pero también le dejó sin respiración y un terrible dolor en las heridas. Cuando se dio cuenta, estaba tirado en el suelo y deseando poder respirar, en vez de toser y empeorar su sufrimiento al hacerlo. Lo único que lo tranquilizaba, era que los cables se habían movido instintivamente, como si fueran una extensión del cuerpo de Ben. Uno flotaba delante de su cabeza y el otro, encima de su torso y herida. Pero el tipo no se impresionó.
Rió, le hizo saber a mi padre la «profesión» que, según él, tuvo mi abuela; y que deseaba el silbato.
—… Y lo cogeré al revisar tu cadáver. —Siempre recordaré esa frase y la manera en que mi padre la dijo, como si él mismo nunca la pudiera olvidar.
El tipo hizo un ademán de patearle, pero no logró hacerlo. Tuvo que volver a apoyar la pierna y hasta las manos en la pared, gritando del dolor. Había sufrido un «sablazo» en la extremidad que tenía como apoyo en el suelo, y ésta empezó a sangrar copiosamente.
Mi madre había abierto de nuevo su botella, y hecho que apenas un «sorbo» de agua volara con gran rapidez hacia la pantorrilla del tipo, cortándola profundamente.
«Si Selena quiere, puede derribar a cualquiera solo con florituras de manos», recuerdo un comentario que Ben hiciera unas semanas antes de estos sucesos, y ante mi incredulidad con la idea de que mi madre pudiera ser útil en situaciones de peligro, más allá que para sanar.
Después que me contaran lo que hacían mientras yo me moría de miedo en el Círculo, nunca más dudé que no solo era útil, sino peligrosa. Aunque pasé por varios días de incredulidad cuando lo supe, porque no podía conciliar esa imagen con la de mi madre. ¿Ella es la misma mujer que se deja ablandar por sus acreedores hasta el colmo de perdonar sus deudas, se viste en una mezcla de hippy-hipster con colores pasteles y muchos estampados naturales; sonríe como una adolescente a la salida y llegada de sus citas con los PdT, llora con cualquier película dramática y tiene una manía de dar abrazos a cualquiera, más a mí, realmente empalagosa?  
Sí, esa misma mujer había hecho que el agua saliera de la botella y se quedara a un centímetro de su mano, en forma esférica y continuo movimiento sobre sí misma. Luego tomó impulso, brincó y rodeó el cuello del tipo con el brazo libre, haciéndole aguantar todo su peso. Él casi se fue de espalda, mientras ella abalanzaba su otra mano, con la esfera del agua al frente, y la hacía impactar en el rostro para que se quedara ahí, alrededor de nariz y boca del hombre.
Tan rápido como había hecho ese movimiento, Selena se bajó y dio unos pasos lejos de él, pero con una mano fija en la dirección de la cara del tipo. Éste estaba cayendo al suelo, tratando de quitarse el agua del rostro. Roseaba líquido a los lados, pero las gotas volvían a su posición inicial al instante, impidiéndole respirar.
Sin dejar de mirar al hombre y sus desesperados movimientos, mi madre se acuclilló a un lado de Ben, y le dio palmadas en las mejillas. Él se había dormido mientras era tan eficazmente salvado, y no se despertó hasta que sintió hormigueo, picazón y energía al ser «reanimado» por mi madre. Cuando lo hizo, se encontró con el tipo inconsciente, su rostro en un charquito de agua y a mi madre gritando, mientras lo tomaba de un brazo, según ella para levantarlo.
—¡… Vamos, tienes que abrir la puerta, rápido!
Ben solo se daba cuenta de que el mundo se movía, le pesada la cabeza, le dolía el costado y el estómago, y sus brazos y piernas se sentían enormes, muy difíciles de mover. No entendía nada. Su mente pasaba de recordar la situación, a imaginar ideas estúpidas («microondas de waffles» es la única que recuerda). Estaba más dormido que despierto. Pero, aún así, sabía que si no le hacía caso a Selena en lo que le pedía, (primero fue que se levantara, luego caminar y por último, y lo que más le costó, abrir una puerta), estaría en grandes problemas.

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